jueves, 20 de marzo de 2008

Vacante

Cincuenta y cincuenta. Una mezcla. Oportuna, por supuesto. Es clave estar atento y no dilatar la situación. Hay que ser paciente y dar el golpe en el momento preciso, en ese instante en el que nadie encuentra explicación. En fin, justo cuando el puesto del culpable está vacante. Y entonces, de manera sensata, llega el mensaje.
-Muchachos vengan para acá. Les quería decir que me voy a tomar un tiempito y no voy a jugar el próximo torneo.
Se disparan las respuestas. Algunas con una estampa floreada.
-¡Dale pelotudo! Estamos todos muy pajas. Hay que ponerse las pilas Agus, pero no te borrés en este momento.
Son halagadores. Alimentan el ego. Pero no todos son del mismo calibre. Hay otros que castigan el orgullo.
-Está bien, si esa es tu decisión…
A veces, el análisis va un poco más allá y roza la agresión.
-Si al fin y al cabo estabas jugando para la mierda. Está bueno que te hayas podido dar cuenta.
Imposible quedarse callado. Es necesario contrarrestar de manera lapidaria semejante crítica.
-¡Dejate de joder! Bajé un poco el nivel, un poco nomás. Es el equipo el que está para la mierda.
Ante la duda hay tirar la pelota afuera. Pero hay un comentario más. Uno que no alegra. No enoja. Ni siquiera sube los ánimos. Lastima. Y con fuerza. Ojo, siempre es complementario. Primero está el que intenta reanimar.
-Agus, te tenés que quedar…
Y entonces llega por lo bajo la respuesta de destrucción masiva.
-Dejalo Negro. Ya tomó una decisión.
-Sí, pero es en caliente. El sábado nos comemos un asado y lo hablamos mejor.
-Las bolas. El sábado vamos a bailar. Ya está. No seas putita. ¿Es tu mamá acaso? Dejalo en paz.
Son esa clase de comentarios que lo hacen sentir a uno prescindible. Una cosa es que uno lo perciba y otra muy diferente es que se lo digan. Así, con total impunidad. Simplemente una condena.
Primera fecha. El Deuchebank pierde. Uno a cero. No es que se trata de una alegría inmensa, pero hay cierto regocijo en el rostro de Agustín. Y, sorpresivamente, llegan los goles del Deuche. Uno tras otro. Cuatro en 25 minutos. Apenas diez minutos para el final. Y Agus, apurado, se va a la cancha de al lado. Parece no tener suerte e intenta con la siguiente. Tampoco lo logra. La última del campito le permite conseguir, previo arreglo económico, un accesorio vital. Un poco roto, es cierto, pero alcanza.
Rápido. Los segundos cuentan. Se lo pone sin problemas.
-¡Juez! Cambio.
-¿Qué hacés boludo? Faltan dos minutos y estamos goleando.
Nada cambió. Cuatro minutos en cancha –contando el descuento- fueron suficientes.
Tercer tiempo. Relax total.
-No puedo creer lo que hiciste Agus. Encima ése short está todo cagado. Es un asco.
-Es lo único que pude conseguir. Por lo menos me lo regalaron.
-Mentiroso hijo de puta. Te vi cuando le diste 20 mangos.
-Es que me dieron ganas de jugar. Estando afuera me di cuenta de que el equipo me necesita.
Todos felices, al menos hasta la próxima fecha. Y el puesto sigue vacante.